A María le encantaba bailar pero nadie tenía
tiempo para ella.
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Cariño, tengo que trabajar – le decían sus padres.
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Vete de aquí, enana – le gritaban sus hermanos.
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Pues vaya tontería – le comentaban sus amigos.
Incluso el espejo deformado que había en su
habitación le devolvía una imagen que no era la suya riéndose de ella.
Mireia sabía que su tiempo terminaba y
todavía no había encontrado a la persona por quien hacer la buena acción de su
vida. Toda bruja malvada, una vez al menos, debía hacer algo bueno por alguien.
María se escondía bajo la capa de sábanas y
mantas que la cubrían por la noche y lloraba sobre su almohada. Otras, gritaba
en silencio en busca de la oportunidad que nadie le daba.
Mireia la escuchó llorar una noche y estuvo
observándola unos días. Podría ser la persona que estaba buscando.
Una noche, al acostarse, descubrió una
varita sobre su almohada junto a una nota: “Úsala bien” decía. Miró por la
ventana y vio alejarse una figura montada en una escoba.
La niña no se separaba nunca de aquel
instrumento y continuamente lo acariciaba sin atreverse a usarlo.
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Mamá, mira cómo bailo.
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Papá, mi mejor pirueta para ti.
Le contestaba el silencio. Ninguno de los
dos la observaba, encerrados en ellos mismos.
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Ositos de peluche – pensó María una mañana.
Uno a uno, padres, hermanos, amigos,
familiares, vecinos… Los fue convirtiendo en muñecos y colocando en bancos que
harían de butacas para la representación de su vida. Esta vez no podrían
decirle que no.
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Misión cumplida – pensó Mireia atisbando entre las
sombras mientras acariciaba el gato que llevaba en sus brazos.
¡Qué bonito, Charo! Tienes una sensibilidad especial contando historias de niños.
ResponderEliminarUn beso.
Muchísimas gracias! Me alegro mucho de que te guste y de tenerte por aquí. Besos
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