martes, 3 de septiembre de 2019

LAS MUÑECAS

La casa estaba vacía. Nadie la habitaba. Pero seguían escuchándose risas y, otras veces, susurros.

Martín entró en ella en un alarde de valentía ante sus amigos. Las puertas protestaban cuando eran abiertas. Las sábanas que cubrían los muebles se movían ligeramente a causa de las corrientes de las ventanas rotas. Escuchó unos pasos apresurados en la planta superior como ratas recorriendo los pasillos. Notó cómo la mandíbula se le iba a desencajar a causa del tembleque pero le era imposible evitarlo.

Oyó el susurro de la puerta al abrirse y cerrarse. Siempre arriba. Le habían dicho que debía asomarse a una de las ventanas de la primera planta para demostrar que se había atrevido.

Subió atento a los escalones desgastados por el tiempo mientras rozaba la barandilla que luchaba por aguantar un año más.

Una puerta se cerró de golpe y se llevó una mano al corazón. Varios latidos de su corazón habían desaparecido dejándole sin respiración.

Llevó arriba y fue escuchando como las suelas de sus zapatos se deslizaban por el suelo delatando su presencia.

La primera puerta estaba cerrada. El pasillo era largo y un triciclo estaba abandonado en la otra punta.

Un escalofrío le recorrió entero al recordar películas que no debió de ver. Nunca había sido valiente y ahora se arrepentía de haber subido allí para demostrarle a Susana que no tenía miedo. Para demostrarle a todos que no era el enclenque del que se burlaban.

La puerta se abrió tras el primer intento. Una habitación infantil. Las muñecas parecían felices con una sonrisa eterna. No le gustaban. Recordó cómo hacía sufrir a su hermana pequeña cuando les cortaba el pelo.

El vestido de una de ellas se movió casi imperceptiblemente. Sintió que otra guiñaba un ojo. Se paralizó. No podía moverse. Al instante todo pareció agrandarse más y más. El techo quedaba cada vez más lejano. Sus rodillas se flexionaron y cayó al suelo de espaldas. Lloró como nunca antes había llorado. Una de las muñecas se acercó a él y lo cogió en brazos.

-Shhhh. Cálmate -le dijo-. Yo te cuidaré.

En el espejo descubrió con horror cómo ella lo dejaba en un carrito.

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