viernes, 30 de enero de 2015

EL CHIRINGUITO

Las calles mojadas y el cielo gris pintan de una forma tan clara mi interior que asusta.
Espero en la terraza mientras anhelo las risas y los susurros de clientes que no llegan. A ratos cojo una servilleta, la arrugo en la mano hasta convertirla en una bola y la lanzo a la papelera más cercana.
El frío me hace refugiarme en la chaqueta y calarme el gorro de cocina hasta no ver nada. No oigo pasos, así que me relajo en el respaldo del asiento. Me caliento los dedos con mi zippo y observo cómo se consume mi cigarro. A veces saboreo una enorme calada que me hace toser.
    Si tan sólo me hubiese asegurado de apagarlo bien antes de tirarlo a la basura… — pienso.
Las llamas lo engulleron todo. El chiringuito fue pasto de ellas durante la ausencia de los bomberos. La lluvia fina que salía de sus mangueras intentaba aplacar su fiereza pero no sirvió de nada. Aquel agua calmaba mi calor interior. Los bomberos se fueron cuando no se pudo hacer más. Sólo yo seguí al pie del cañón como el capitán de un barco que naufraga.
No busco espejos, no quiero ver mi imagen. Aunque ni siquiera sé si mi copia tendría el valor de mirarme a la cara.
El calor penetra en mí como un torbellino juguetón.
Mientras llueve de nuevo, refrescándome, pienso:

    Qué diferente sería mi vida si no hubiese deseado quemarlo todo y desaparecer.

viernes, 9 de enero de 2015

UN PASEO MARÍTIMO

José, con su gorra de marinero y fumando con su pipa, paseaba por el paseo marítimo junto a Miguel, un amigo de su hijo Víctor, cuando éste se acercó a preguntarle por la moto. Llevaba más de un año detrás de ella y su padre siempre le contestaba lo mismo:
    Cuando los barcos vuelen.
Esta vez Víctor no se enfadó, ni se tiró por el suelo con una de sus rabietas. Simplemente se sentó en un banco que había en el paseo y José lo acompañó en silencio mientras Miguel se alejaba de ellos. Contemplaban la puesta de sol sobre la playa y el joven comenzó a jugar con una linterna, encendiéndola y apagándola.
Al cabo de un rato, escucharon un rumor en la lejanía que se acercaba. Perplejos, abrieron los ojos como platos al descubrir tres barcos alados surcando el cielo rumbo al océano.
    Mmmm, ¿de qué color decías que querías la moto? — preguntó todavía con la boca abierta.
    ¡¡Bien!! — exclamó feliz Víctor abrazando a su padre. — No ha estado mal aprender Morse con Miguel y crear esas maquetas de barco para engañarle… Le pienso dejar dar todas las vueltas que quiera en la moto — pensaba mientras saltaba de alegría. — Oye, papá, ¿me llevarás mañana al astillero?

    ¡Por supuesto! — contestó él. — Ojalá hubiese hablado antes con su amigo, me habría evitado más de una pelea… — pensó sonriendo.