Manolo odiaba la Feria. Todos los años,
durante diez días, le resultaba imposible conciliar el sueño. Pero aquel
septiembre, iba a poder dormir o se cambiaba de nombre.
Todo estaba listo: luces, banderines, mesas
y sillas, bebidas, música…
Comenzaba el plan A.
-
No hay hielo – se oía gritar.
Se había echado a dormir con una sonrisa pensando
en aquel saco helado que había tirado al vertedero, cuando se sobresaltó al
escuchar la música. Todos en el pueblo habían contribuido y llevado cubitos de
casa.
Le tocaba el turno al plan B.
-
¡No hay bebidas! ¡Pero si hace un momento estaban aquí!
¿Quién se las ha llevado? – gritaban dos horas después.
Manolo descansaba de nuevo cuando el ruido
y la música resonaron más fuertes en la noche.
El plan C sería el definitivo.
Cogió un cubo y se dirigió al generador que
daba la energía a la Feria. Mil chispas saltaron mientras el agua lo mojaba
todo y el lugar se quedaba en silencio.
-
Ahora seguid con la música si podéis – gritó en el
centro de la plaza.
Una anciana se acercó a él y comenzó a
tocar las palmas. Se sumaron varios con las guitarras. La noche siguió
festejando su alegría mientras Manolo se metía en la cama con tapones en los
oídos.
-
Cómo se nota que ha empezado la Feria, ¿eh, Manolo? –
le dijo un compañero por la mañana.
-
Por favor, llámame Antonio.
Microrrelato presentado en el "II Certamen de microrrelatos - Sucedió en la feria"
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