miércoles, 1 de abril de 2015

SOLEDAD

El dibujo pertenece a la ilustradora Blanca Bk

La casa está en silencio salvo por unos siseos producidos por el arrastrar de unos pies cansados. Su dueña, una anciana con un moño por peinado y una piel que huye del sol y de la plancha, pasea por el salón de un lado a otro.
Se detiene en la chimenea y acerca sus manos al calor del fuego. Pero su frío es interior y ni el horno más potente podría templarla.
El marco que descansa allí, llama su atención y lo recoge con una dulzura extrema.
- ¿Qué fue lo que te atrajo de ella? – piensa mientras nota cómo le escuecen sus ojos y le tiemblan sus labios. – Te lanzaste de lleno en sus brazos sin pensar en mí, una frágil anciana.
Camina por la casa, con la fotografía pegada a su cuerpo mientras continúa.
- Yo, que he vivido más de lo que querría, que me quedaba ya poco por ver. La preferiste a ella y me dejaste sola a mi suerte.
Mira la fotografía de nuevo.
- Tú, que eras mi única compañía, mientras que ella tiene todo lo que siempre amé.
Se acerca a un pequeño altar donde coloca con cuidado el marco junto a otros que tenía colocado allí. Velas blancas encendidas para los ausentes los acompañan.
- Te los has ido llevando uno a uno.
Llora desconsolada mientras se aferra al aparador donde descansan ahora todas las fotografías. Agotada, vuelve sobre sus pasos y se dirige hacia un sofá en el que se sienta ayudada por un bastón que había cerca.
Cierra los ojos y reposa mientras un reloj de cuco se asoma decidido cinco veces y se esconde después de haber cumplido su tarea.
Su memoria, aunque a veces se niega a recordar lo que ha cenado la tarde anterior, le gasta una broma pesada reviviendo, segundo a segundo, como una película a cámara lenta, lo sucedido la tarde anterior.
El semáforo se había puesto en verde para ella. Cruzaba con lentitud el paso de peatones. Por otro lado, el coche que venía a gran velocidad. Se quedó paralizada. Después, todo se volvió negro.
- Aquél era mi final, no el tuyo. Me salvaste la vida y, huyendo con ella, desbarataste la mía – susurra con los ojos cerrados. – Leal hasta la muerte. Pero yo me quedo sola, sin nadie. Sin mi fiel y mi linda compañía. Mi perrita. Giulietta.
Sale, con su habitual lentitud, al jardín, donde la tierra movida y las flores hablan a gritos que alguien duerme eternamente allí. Se dirige a aquel lugar y siente que su alma está gris, contrastando con el brillo del sol y el canto de los pájaros. Pero no oye nada. Espera a su enemiga. Aunque sabe que se harán grandes amigas. Porque, al final, la vendrá a buscar y recorrerá el camino que otros anduvieron antes. Seres amados de los que no pudo despedirse la acogerán entre sus brazos. Giuletta brincará entre ellos exultante de alegría.
- Un momento – piensa. - ¿Eres tú? ¿Vienes a buscarme? La hora ha llegado.
Y la paz la inundó.

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