El globo ascendía. Metió
la mano en el bolsillo y sacó el mechero. Jugó con él mientras contemplaba su
obra.
Miles de llamas lo cubrían todo. Los gritos
se apagaban. Los cuerpos, inertes, se consumían.
Aquellos que se burlaban de él, ya no
estaban. Comenzó a reír, cada vez más fuerte. No podía parar. Tosió e intentó
inspirar una gran bocanada de aquel humo negro con ligero olor a chamusquina.
Siguió riendo. Se agarró a una de las
cuerdas que unían el globo a la cesta y se tambaleó. Se dobló y cayó al vacío.
Su carcajada paró cuando chocó contra el
suelo. La risa, el golpe y las llamas habían acabado con su vida.
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