El calor
golpeaba fuerte aquella tarde. Ruth miró inquieta la calle a través de los
cristales sucios y encendió el ventilador pues su abanico no daba abasto.
Los pocos que
se atrevían a pasear luchaban contra sus chancletas que se pegaban al asfalto.
La mujer miró
el cuerpo sin vida de su marido y comenzó a morderse las uñas pensativa:
— ¡Ya sé!
¡Claro! ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes? Está clarísimo. Ha sido un golpe
de calor — susurró convencida mientras miraba distraídamente la sartén humeante
del fregadero que tenía unas manchas muy sospechosas.
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