Un día, tras
años confinados en celdas del manicomio, descubrí al nuevo guarda de seguridad.
Lo pillé
mientras escudriñaba, curioso, a través del ventanuco de la puerta. Mi
oportunidad para escapar se acercaba, así que me escondí de su visión.
Minutos más
tarde acudió con una llave con la que intentó abrir los blindajes que nos
aislaban del resto del mundo.
Aunque
nuestros nombres nunca hubiesen sido pronunciados en su presencia, debían haberle
informado de que no podía acercarse a nuestras celdas ni fiarse de nosotros.
Se sentó
derrotado delante de mi puerta, apoyando la cabeza en el marco, quedando
dormido; momento que aproveché para, telepáticamente, susurrarle: “Ábrelas;
da igual el método que utilices”.
Cuando se
despertó, buscó objetos, lanzándolos después contra las puertas, incluso golpeó
con la cabeza hasta hacerla sangrar.
Escuché un
ruido y el blindaje cedió. Me filtré por una rendija logrando mi ansiada
libertad. Somos locura, odio, mentira, terror, venganza… Y regresamos para
seguir gobernando el mundo.
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