Enrique miró a
su compañero y ambos sonrieron.
El camarero
depositó el plato con los frutas del bosque en la mesa interrumpiéndolos y se
le desencajó la cara al escuchar.
— ¿Puede traer otra cuchara? Es para compartir.
Enrique
observó las parejas que cenaban tranquilas a su alrededor. El día de San
Valentín, el restaurante estaba completo y sólo les había quedado una mesa
libre.
Los tortolitos
que charlaban al lado se ofrecieron mutuamente el postre y él decidió hacer lo
mismo.
— ¿Quieres? — le dijo. — Está bien, me los como yo. ¿Sabes? — comentó
después de unos minutos en silencio. — Nunca tendré una pareja mejor que tú.
La gente los
miró cuchicheando. Nadie podía entender qué hacía un hombre hablándole a un
espejo en la mesa para uno del rincón.
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