jueves, 26 de marzo de 2015

CARTAS

-Tengo que irme — dijo Cosme dándole un beso en los labios. — Te escribiré — añadió.
Elena recibió de sus manos la dirección donde debía enviarle las cartas.
-Es la casa de un amigo que recogerá mi correo hasta que vaya a buscarlo.
Más tarde, en su habitación, emocionada, comenzó a escribirle una misiva contándole cómo se sentía y lo feliz que la había hecho esa noche. Pero ella no sabía que su promesa era falsa. Nunca acudiría a buscar aquellas letras que, con tanto amor, había hilado para él. Elena cerró el sobre y le echó unas gotas de su perfume. Se lo acercó a la nariz, aspiró su aroma y sonrió. Le depositó un beso en un borde y fue a llevarlo al buzón.
Sus palabras viajaron de una saca a otra, pasaron de mano en mano, de una Oficina de Correos a otra hasta llegar a su destino.
Mario abrió el buzón y le llegó un aroma que no conocía. Descubrió la carta al fondo y acercándosela, la olió. La observó bien. Aquella era su dirección pero no su nombre. Miró los demás casilleros por si el repartidor se había equivocado, pero no había ninguno con el que se pudiese haber confundido. Le dio la vuelta al sobre mirando el remite, pero tampoco reconoció quién era esa tal Elena que escribía desde aquel lugar tan lejano.
Subió a su habitación y lo tiró encima del escritorio olvidándose de él.
Elena se acercaba todos los días al buzón. Contenía el aire en sus pulmones que pugnaba por salir mientras lo abría despacio, expirando decepcionada al encontrarlo vacío. Aún así, cada lunes, escribía una nueva carta y corría a llevarla Correos para que llegase a su destino.
Las cartas se acumulaban una encima de otra en la mesa y Mario las ató con una goma. Él, con el paquete en su regazo, las miraba una y otra vez tumbado en la cama.
Cada jueves, al abrir el buzón y percibir el aroma, sabía que tenía otra carta suya. Habían pasado tres meses de recibir su correspondencia semanal, cuando se decidió a abrir una y saciar su curiosidad. Se sentía un intruso rasgando aquel papel perfumado. Mil veces había pensado en devolvérselas pero había algo que lo retenía pese a imaginarla esperando una respuesta que no llegaría. Al fin y al cabo, sabía en carne propia lo que era sentirse rechazado. Leyó una a una aquellas palabras de amor, escuchaba sus suspiros detrás de ellas al imaginarla escribiéndolas. Pasaron dos o tres semanas más hasta que se decidió a dar el paso y contestarle.
Elena, que ya no miraba el buzón, recibió con sorpresa el sobre de manos de su padre. Y, al ver el remitente, subió a esconderse en su habitación.
Se regalaban bellas palabras. Él la imaginaba alta, rubia y de ojos verdes, delgada, con una sonrisa radiante y con una voz que le llenaría el alma. Ella recordaba a Cosme cada vez que dejaba rodar su bolígrafo por los folios en blanco.
Los meses fueron pasando sin que Elena dejara de enviarlas o Mario de leerlas.
Aún después de varios meses escribiéndola, Mario se seguía sintiendo un intruso cada vez que abría sus cartas. Por ello, un día decidió acudir a verla y explicarle.
Se presentó allí, con el manojo de sobres sujetos con aquella goma que utilizó al principio. Esperaba a su hermosa musa cuando quien abrió la puerta fue una joven bajita y regordeta, con unos mofletes colorados. Cortado, preguntó por Elena.
-Soy yo —dijo la joven que vio cómo la desilusión acudía a los ojos de él mientras desviaba la mirada.
Ella observó al muchacho de gafas que tenía delante, que miraba el suelo y que parecía querer jugar con una piedra imaginaria cuando descubrió las cartas que tenía en su mano.
-Yo… — dijo mostrándoselas — no soy quien…
-Lo sé — contestó ella sin emoción en su voz.
-¿Lo sabes? — preguntó Mario.
-Sí. Al poco de empezar a recibir tus cartas me lo encontré en la calle. Se sorprendió al verme y sospeché que alguien se hacía pasar por él.
Pocos minutos después, se marchó por donde había venido.
Un mes más tarde, al abrir el buzón se encontró de nuevo con aquel aroma que tanto le había llegado a gustar. Se encontró temblando y sin saber si abrir el sobre o no.
En ella, Elena seguía hablando con Cosme, como si nunca hubiese ido a buscarla. Así que continuó respondiéndole mientras pensaba en su diosa rubia cada vez que le contestaba.

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