Vago por las calles sin
mirar nada en concreto. No tengo nada y lo tengo todo. Cansado, me siento en el
banco de un parque. Delante de mí, inmóvil, un mimo vestido de mago. Nos
contemplamos largo rato sin hablar hasta que él, baja de su pedestal y se
acerca a mí con un brebaje.
-
Pide un deseo y bébetelo – me dice. Se va y desaparece.
No necesito nada, aunque tampoco lo tiro y
camino hasta un parque infantil. Me siento en el césped mojado mientras
acaricio la botella distraído. No necesito nada, lo tengo todo.
Entonces recuerdo aquellos días en los que
no hacía otra cosa que subir y bajar toboganes. Incluso puedo oír el chirriar
de las cadenas de los columpios de mi niñez.
Tengo sed y, sin darme cuenta, acerco la
botella a mis labios mientras pienso en lo bonito que sería volver a ser un
niño.
Ya es tarde. El parque infantil cobra vida.
Los columpios se retuercen. Me miran. Las casas de juguetes abren y cierran sus
ventanas mientras la puerta me engulle sin darme tiempo a escapar.
Soy un niño. Subo y bajo en el columpio, me
deslizo por el tobogán. Soy feliz. Pero luego tengo que volver a clase. Mi
profesor, que me tiene manía, a veces me castiga sin salir al recreo. En esos
momentos, aburrido, miro por la ventana mientras observo la casa de juguete que
se burla de mí.
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