Las calles mojadas y el cielo gris pintan de una forma tan
clara mi interior que asusta.
Espero en la
terraza mientras anhelo las risas y los susurros de clientes que no llegan. A
ratos cojo una servilleta, la arrugo en la mano hasta convertirla en una bola y
la lanzo a la papelera más cercana.
El frío me
hace refugiarme en la chaqueta y calarme el gorro de cocina hasta no ver nada.
No oigo pasos, así que me relajo en el respaldo del asiento. Me caliento los
dedos con mi zippo y observo cómo se consume mi cigarro. A veces saboreo una
enorme calada que me hace toser.
— Si tan sólo me hubiese asegurado de apagarlo bien antes de tirarlo a
la basura… — pienso.
Las llamas lo
engulleron todo. El chiringuito fue pasto de ellas durante la ausencia de los
bomberos. La lluvia fina que salía de sus mangueras intentaba aplacar su
fiereza pero no sirvió de nada. Aquel agua calmaba mi calor interior. Los
bomberos se fueron cuando no se pudo hacer más. Sólo yo seguí al pie del cañón
como el capitán de un barco que naufraga.
No busco
espejos, no quiero ver mi imagen. Aunque ni siquiera sé si mi copia tendría el
valor de mirarme a la cara.
El calor
penetra en mí como un torbellino juguetón.
Mientras llueve
de nuevo, refrescándome, pienso:
— Qué diferente sería mi vida si no hubiese deseado quemarlo todo y
desaparecer.
¡Qué primera frase tan impresionante! Me ha gustado mucho cómo has pintado el sentimiento de culpa.
ResponderEliminarUn abrazo. :)