José, con su
gorra de marinero y fumando con su pipa, paseaba por el paseo marítimo junto a
Miguel, un amigo de su hijo Víctor, cuando éste se acercó a preguntarle por la
moto. Llevaba más de un año detrás de ella y su padre siempre le contestaba lo
mismo:
— Cuando los barcos vuelen.
Esta vez
Víctor no se enfadó, ni se tiró por el suelo con una de sus rabietas.
Simplemente se sentó en un banco que había en el paseo y José lo acompañó en
silencio mientras Miguel se alejaba de ellos. Contemplaban la puesta de sol
sobre la playa y el joven comenzó a jugar con una linterna, encendiéndola y
apagándola.
Al cabo de un
rato, escucharon un rumor en la lejanía que se acercaba. Perplejos, abrieron
los ojos como platos al descubrir tres barcos alados surcando el cielo rumbo al
océano.
— Mmmm, ¿de qué color decías que querías la moto? — preguntó todavía con
la boca abierta.
— ¡¡Bien!! — exclamó feliz Víctor abrazando a su padre. — No ha estado
mal aprender Morse con Miguel y crear esas maquetas de barco para engañarle… Le
pienso dejar dar todas las vueltas que quiera en la moto — pensaba mientras
saltaba de alegría. — Oye, papá, ¿me llevarás mañana al astillero?
— ¡Por supuesto! — contestó él. — Ojalá hubiese hablado antes con su
amigo, me habría evitado más de una pelea… — pensó sonriendo.
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