— Cuenta la
leyenda — decía un padre a su pequeño guiñándole un ojo y señalando las
estatuas — que sólo revivirán cuando el hijo del diablo se apiade de ellas.
— Pobrecitas,
¿no? — contestó el niño.
Y mientras las
figuras cobraban forma humana, añadió — ¿para qué darles esperanzas? Yo
directamente las habría aniquilado — zanjó cerrando el puño.
Los dos
hombres explotaron en mil pedazos.
— ¡Ése es mi
chico! — rió a carcajadas Lucifer mientras le revolvía el pelo a su retoño.
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