domingo, 7 de diciembre de 2014

UN AÑO MÁS

Aquel atardecer había sido el más hermoso que habían visto en su vida. Miles de colores iluminaron el cielo como si explotasen centenares de cohetes.

Tras años, bienios, lustros, décadas,  centurias y milenios cuando cierta gente se divertía asustando al resto con la amenaza del Fin del Mundo, había llegado el momento en que nadie creía en ella.

Por eso, cuando aquella noche, a escasos minutos del Nuevo Año,  cuatro jinetes irrumpieron en la abarrotada plaza, cundió el pánico entre la muchedumbre.

Al llegar al centro, serios, se quitaron los antifaces estallando en carcajadas. Poco a poco volvió la normalidad y los corazones se acompasaron tras la broma macabra de los cuatro gamberros.

La gente continuó bebiendo, brindando y riendo. Tras las campanadas del Nuevo Año, todo seguía igual, o eso pensaban. Nadie vería amanecer.

El Sol, con aquel ocaso, había querido rendir homenaje a todos aquellos que lo habían adorado, amado y luchado por él. Con las campanadas comenzaba su ansiado descanso gracias a su jubilación. 

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