El cuerpo se descomponía en el jardín de la
casa a modo de aviso. Cualquiera que se atreviese a pisar aquella propiedad,
recibiría el mismo castigo, parecía querer decir.
Incluso cuando murió, su espíritu vagaba
por aquel lugar impidiendo las entradas y salidas.
Así fue como aquel guarda del cementerio
obligó a todo un pueblo a construirse otro camposanto.
Esta vez tendrían mucho cuidado en la
elección de la persona que fuese a trabajar allí.
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