Miró la hora por tercera vez. Solo habían
pasado tres minutos desde la anterior. Tenía los prismáticos en la mano pero no
lograba encontrar el águila que había venido a buscar para su investigación.
-
Se ha ido – pensó con rabia. – Toda la mañana perdida.
Cogió una piedra y la tiró hacia un roble
cercano. Cayó al lado de unas marcas de color pintadas en una roca no demasiado
grande.
-
¿Qué será esto? – se preguntó rozando con las yemas de
los dedos la rugosa textura de la piedra. Desvió la mirada hacia las hendiduras
del tronco que algún atrevido joven había raspado con una navaja para su novia.
Había un sendero en el que se asentaba el
árbol. Era tortuoso y discurría junto a un riachuelo, cuyas limpias y mansas
aguas invitaban a ser saciadas en ellas. El camino era transitado ya que la
hierba estaba corta por el centro y más larga en los laterales.
Caminó unas horas por él. El sol se
retiraba pero estaba tan absorto en la contemplación de lo que le rodeaba que
no se daba cuenta que la luz disminuía. Oscurecía con rapidez tras las altas
montañas.
Se sobresaltó al escuchar una voz a su
espalda
-
Buenas. ¿Le ha atrapado El Camino de Santiago?
-
¿Cómo dice? Eh… No… Estaba buscando un animal y he
encontrado este sendero. Sus parajes son tan hermosos, que me he puesto a
caminar.
-
Otro que ha caído – rió. - No es usted el primero –
añadió. – Venga conmigo, yo le acompañaré. Soy el Guardián del Camino y le
guiaré hasta que encuentre lo que busca.
Presentado para el "III Concurso de relatos breves - Una historia en el camino"
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