
Crédulo, dejándome engatusar por quien
quería deshacerse de mí, me adentré en aquel laberinto que se tornó tétrico
nada más pisarlo.
Aullidos de dolor quebraron mi seguridad.
Corrientes de aire me hacían girar asustado mientras avanzaba a través de la
semioscuridad. Una mano helada rozaba mi columna vertebral y los escalofríos
dominaban mi cuerpo. La sed y el hambre hicieron mella en mí. No distinguía qué
era real o qué producto de mi imaginación. La muerte me encontró tumbado en un
banco titiritando.
Ahora estoy condenado a recorrer los
solitarios pasillos que me vieron morir mientras me cruzo con algún incauto humano
enamorado de su cruel dama. Su sonrisa me perseguirá hasta el fin de los días
porque volvería a repetirlo todo a cambio de una su mirada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario