Era extraño. No recordaba lo que había
pasado. Sólo sabía que tenía unas ganas terribles de sumergirse en el agua.
Estaba sedienta, no podía caminar, ni siquiera sabía si sus piernas se habían
mantenido en pie alguna vez. O qué habría sido de su silla de ruedas.
Centímetro a centímetro la orilla se
acercaba, pero a la vez estaba tan lejos… No tenía fuerzas en los brazos, el
pelo le caía seco a los lados de la cara. Ni siquiera era capaz de sudar. Y el
agua estaba allí, su deseo a punto de cumplirse.
Era incapaz de tragar. Tenía la cara tan
cerca del suelo que sentía la arena entre los dientes y los granos se le
incrustaban en la garganta. Se arrastraba hasta llegar a su meta pero no
conseguía avanzar más de un centímetro cada vez que lograba moverse.
Ya faltaba poco, un segundo más y ese
martirio desaparecería. Tocó el agua, la palpó, jugó con la punta de los dedos
con ella. Su cuerpo se llenaba de vida por momentos y recuperó la fuerza
suficiente para entrar y sumergirse.
Lo último que se vio antes de que las aguas
volviesen a su quietud, fue una cola de pez.
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