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Quiero ese
muñeco – gritó señalando el escaparate de la tienda de juguetes mientras
su madre seguía ignorándola.
La calle estaba abarrotada de gente. La
madre sentía sus ojos fijos en la espalda a causa de la escena.
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He dicho no – susurró fría con una mirada que habría
acobardado a cualquiera excepto a su hija.
Diez minutos después, la niña acariciaba
aquel peluche que tanto había querido. Sonreía triunfadora.
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Es hora de ir a casa – dijo su madre con voz cansada.
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No. Ahora quiero un helado.
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Es tarde. Va a empezar a llover – contestó mirando el
cielo y empezando a perder la paciencia.
No había terminado de hablar cuando gruesos
gotillones chocaron contra el suelo. Pero la pequeña no se amedrentó.
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Quiero mi helado. Ahora – empezó a saltar en los charcos
que se iban formando y el pelo mojado se le pegaba a la cara.
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Me voy - dijo la madre.
Se dio la vuelta desesperada pensando que
quizás eso la hiciese reaccionar. Avanzó un par de edificios y se giró. Sólo vio el peluche en mitad de
un gran charco. Regresó con el corazón en un puño, gritando su nombre. No
aparecía por ninguna parte.
La niña, oculta en un callejón detrás de
unos cubos de basura, observaba.
La madre gritaba, lloraba, suplicaba. Unas
veces hacia el cielo, otras a la gente que pasaba por allí.
Su hija siguió escondida esperando el
momento para salir.
De repente la mujer se llevó una mano al pecho
y cayó al suelo. Muchos corrieron a ayudarla.
- Voy a salir – pensó con tranquilidad la
pequeña. – Ahora me dará mi helado.
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