Una
joven llegó corriendo a la estación de tren. El andén estaba vacío y se apoyó
en un poste hasta recuperar el aliento. Cuando tuvo la respiración controlada,
se sentó a esperar. Cada cierto tiempo, se levantaba para comprobar si se veía
alguna luz que indicase que se acercaba alguno. Otras, miraba el reloj que
parecía haberse congelado en el minuto treinta y siete.
La
enésima vez que se puso de pie comprobó que se acercaba una luz verde.
— Qué raro, yo pensaba que eran blancas — pensó.
El
tren hizo su parada en la estación y ella subió sin tan siquiera mirar su
aspecto.
Una
vez sentada, descubrió a la única persona que la acompañaba en el viaje y que
descansaba dos asientos por detrás del suyo.
Mil
gruñidos se escuchaban fuera como si las ruedas que se deslizaban por las vías
rítmicamente necesitasen aceite para ser engrasadas.
— Qué birria de tren — susurró.
Alzando
la vista se fijó en el cartel colocado encima de la entrada: “Rogamos se
abstengan de leer durante el trayecto”.
— ¡Puf! Menuda tontería — exclamó.
Ella
miraba a través del cristal cómo titilaban miles de luces pertenecientes a
alguna de las ciudades cercanas. El resto era oscuridad. Su reflejo en la
ventanilla hizo que su cuerpo respondiese con un escalofrío al observar su imagen
deformada. Apartó sus ojos y los centró en una revista que sobresalía del
bolsillo delantero. La cogió y se puso a ojearla sin detenerse en titulares,
fotos o el contenido de sus textos.
Una
risa espeluznante salió del megáfono situado junto al cartel y se giró en busca
de la persona que la acompañaba en ese viaje para preguntarle si lo había
escuchado. Descubrió el asiento vacío. Miró en dirección a la puerta posterior
por si había salido sin que ella se hubiese dado cuenta y se encogió de
hombros.
Sus dedos
siguieron pasando hoja tras hoja hasta que sus ojos descubrieron una extraña
imagen.
Era
el amanecer de un bosque rodeado de pequeñas cascadas donde parecían vivir otro
tipo de seres.
— Juraría que se ha movido algo — susurró.
Miró
detenidamente la imagen y se acercó más. La luz proveniente de las pequeñas
viviendas alojadas en los árboles se apagó. La joven se pegó más y, cuando su
nariz rozó la foto, fue engullida por ella.
La
revista quedó abierta encima del asiento vacío. Las letras diminutas que explicaban
la imagen decían textualmente: “Ponga un especial cuidado en no dejarse atrapar
por la lectura”.
Entonces
la risa espeluznante se volvió a escuchar a través del megáfono.
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